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¿Por qué nos obsesiona tanto el chocolate?

Por Shadia Asencio - June 2020
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Aquí una anécdota chocolatosa. Esa noche –la primera vez que noté que el chocolate despertaba toda clase de obsesiones– estaba en Caracas. Me encontraba supervisando la grabación de un comercial de treinta segundos que nos tomó dieciocho horas completar. A penas llegamos al hotel, mi compañera de habitación y yo aventamos las mochilas, arrojamos los tenis tan lejos como pudimos y nos abalanzamos sobre el servibar. En nuestras caras se reflejaron esos rayos dorados y brillantes que sólo los servibares y los cofres de pirata emanan cuando se abren. El pequeño refrigerador guardaba toda clase de productos: cada uno más seductor que el otro. Había champaña, frutos secos, cervezas, dulces tradicionales, sodas, botanas. “El paraíso”, dijo mi compañera de habitación cuando su mano se adentró para tomar algo en esta suerte de edén. Yo esperaba ver salir una botella de champaña; en cambio salieron unos cuadritos negros de 1x1.

“¡Chocolates… de Venezuela!”.

Lo dijo tan segura que le arrebaté un cuadrito. El primer mordisco me arrojó un “crack” escandaloso. En seguida noté su cremosidad: una textura mantequillosa que contrastaba con sus sabores terrosos y a frutas rojas. Mi amiga ya no hablaba. Estaba teniendo su momento con el chocolate y yo ya no existía más. ¿Qué tiene el chocolate que puede provocar esto?

Puede que la historia de la obsesión por el chocolate empiece en Mesoamérica. El cacao era tan valuado que terminó siendo moneda. Al intercambiarse en forma de “almendras”, el riesgo de quedar en la ruina por antojo era improbable. Además de provocar una mala digestión –hay que fermentarlo y tostarlo antes de consumirlo–, se podía despertar la furia de los dioses: el chocolate era un ingrediente celosamente destinado a ellos y a los ricos.

El cacao utilizado en la preparación de bebidas era el de menor tamaño. Moctezuma, el gran emperador azteca, echaba mano de su entramado socioeconómico para traerlo hasta la Gran Tenochtitlán desde la zona del soconusco y Tabasco. ¿Que cuál fue el “coctel de bienvenida” que ofreció a Hernán Cortés? Chocolate en una copa de oro.

La bebida era ritual en bodas y ceremonias. Los nobles lo mezclaban con maíz y especias como vainilla para consumirlo. Había quién le ponía achiote. Había quién lo mezclaba con chile. Eso sí, debía servirse con mucha espuma para denotar su calidad.

Durante la Conquista la cosa cambió. Alguien observó que en la química del chocolate había algo que despertaba los sentidos, que hacía reaccionar al cuerpo, que obsesionaba. Tal vez por eso Francisco Hernández, médico de Felipe II, lo recomendaba para disminuir la fiebre y aliviar los cólicos estomacales. Los franceses lo redujeron a pastillas con cualidades digestivas y estimulantes. En la Segunda Guerra Mundial llegó a ser parte de las raciones que los ejércitos mandaban a los soldados. Era algo así como mandarles endorfinas a granel.

Y sí, puede que la causa detrás de la obsesión que provoca el chocolate sean sus sabores y olores (que tienen que ver con el lugar donde crece), con su juego fisicoquímico en forma de endorfinas o con todo lo anterior. Pero sobre todo con las endorfinas. Estos péptidos funcionan como neurotransmisores químicos que siempre llevan buenas noticias a nuestro sistema nervioso. Entre otras cosas alivian el dolor y provocan sensaciones de felicidad y tranquilidad. La parte estimulante le viene de su contenido de cafeína. Los ácidos grasos disminuyen el colesterol malo y aumentan el bueno en el organismo y en dosis certeras, previenen la hipertensión arterial. Además, posee más antioxidantes –flavonoides– que los afamados frutos secos, que el vino, que el té verde. En resumidas cuentas, chocolate en boca, corazón contento.

Y ya que estamos en temporada, ¡qué mejor que regalar corazones felices este Día del Padre! Dale forma con estas recetas de chocolate que son las favoritas del equipo de Kiwilimón, como un clásico pastel de chocolate sin horno. Eso sí, hazlo como Moctezuma: utiliza chocolate amargo y en la medida de lo posible, el de mejor calidad para que la magia de este ingrediente que nos obsesiona tanto cobre vida.

Delicioso pastel de chocolate sin harina

Pastel de chocolate relleno de crema pastelera

Trufas de nutella

Pastel de hotcake con betún de milky way